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“Fantasmas bautismales”

  • Francisco Ortega
  • 31 may 2017
  • 6 Min. de lectura

La costumbre de muchos de los lugares por los que he pasado o visitado, ha sido bautizar a los recién llegados. Nuevamente con ustedes, para compartir otra vivencia de hotel.

Le bautizaron a manera de bienvenida alguna vez?... No, no me refiero al bautismo sacramental… me refiero al acto o ceremonia de iniciación en el colegio, lugar de trabajo, gremio u oficina; cualquiera de esos lugares donde ya de jóvenes adultos, empezamos a trabajar y por ley, deberemos pagar la novatada.

Hace cincuenta años aproximadamente, recuerdo que ingresé a estudiar en el colegio San Gabriel. En ese lugar si se acostumbraba el bautismo a los “chúcaros”; Así nos apodaban a los de primer curso. Era de obligación, conseguir un padrino y en el caso mío, padrino fue mi hermano mayor que cursaba ya el sexto curso en el mismo establecimiento de curas jesuitas.

La ceremonia era de lo más profana; a todos los chúcaros, nos vendaban los ojos, nos daban de beber una pócima de muy mal sabor por decir lo menos y; nos lanzaban a la piscina del colegio… ¡!...Lindo…¡! al decir de los padrinos; … ¡!...horrible…¡! al decir de nosotros los bautizados.

Cabe citar que la palabra chúcaro, significa esquivo, huraño; es decir al típico estado emocional de los recién salidos de la escuela y que todavía, no nos acostumbrábamos a ser llamados y tratados como señores… ya no niños.

Pero retomando el tema, al llegar al nuevo lugar de trabajo, íbamos con las mismas expectativas del: como será, que habrá, que se hará, etc, etc…y no estaba lejos de la realidad. Al recién llegado, le tocaba en suerte, hacer las cosas más pesadas o desagradables de hacer. Pero no me refiero a desagradables por grotescas, me refiero a las cosas simples de rutina, que los antiguos creen ya saber y que son elementales como para que el recién llegado las haga sin cometer errores.

Y; baya que esas cosas pequeñas, a momentos nos hicieron ver candela… fue una de esas noches invernales, frías y por ende lúgubres, en las que los ahora ex compañeros de trabajo y muy pocos amigos, se habían tomado la molestia de tomarme en cuenta para darme la bienvenida con la ceremonia de mi bautismo.

El hotel; para esa fechas, (recuerdo a ustedes que hablo de los años de la década de los ochenta) tenía algunos salones de eventos, restaurantes y bares en diferentes áreas del basto espacio de su edificación. Era lógico de suponer entonces que los espacios designados para los cajeros de esos lugares, eran cubículos bastante bien ubicados y nada llamativos. Diría yo que hasta algo discretamente imperceptibles.

Como en esas fechas, no habían computadoras o los adelantos tecnológicos de hoy en día, las máquinas registradoras, eran unas hermosas NCR; con cientos de teclas en bien ordenas hileras ascendentes o descendentes. Estas máquinas eran manejadas por los cajeros de turno y sus transacciones estaban meticulosamente registradas en rollos de papel, conocidos como cintas auditoras.

Le cuento mi amigo lector; yo estaba recién ascendido, era apenas una semana que me desempeñaba como auditor nocturno del hotel; debía aprender los oficios de la auditoría y entre ellos los que se me encomendaran como al nuevo en el área financiera y administrativa.

Hacía frio y ya en la noche o mejor dicho en la madrugada, los ambientes sin gente, sin bulla, vacíos y grandes, se presentaban lúgubres y poco amigables; Sombras proyectadas con la escasa luz encendida y uno que otro mantel que se movía con el viento de una ventana o puerta abierta. Pero lo principal… ante tanto silencio, era que llegaban a la mente los infaltables recuerdos de las advertencias de que en el hotel se veían bultos, sombras o simplemente… fantasmas.

Yo estaba en los duros, poderosos y bien recibidos treinta y tantos años; no me asustaba por nada a pesar de haber visto y presenciado cosas algo incomprensibles, sucedidos a compañeros de otras áreas… pero a mí no me había llegado el momento de que algo me asustara como lo dije antes.

Durante la semana, el nuevo jefe, me indicó el recorrido que se debía hacer para reemplazar los rollos de la cinta auditora en las famosas NCR. Era todo un proceso manual, que llevaba unos cinco minutos en cada máquina y eran alrededor de cinco o seis puntos de venta de donde se debía cambiar las cintas. Este proceso se debía hacer entre las dos y tres de la mañana, hora en la que ya debíamos estar cerca de cerrar el balance diario del hotel.

Mi jefe dispuso que vaya solo a hacer el cambio de cintas…Y recalco, solo, porque se suponía que ya estaba preparado para hacer ese trabajo elemental y básico como nuevo. Sin embargo de ello, se ofreció a acompañarme el subgerente nocturno… Desconfianza… Buena gente… Precaución que para mí decir estaba por demás, pero que al ser el nuevo, acepté la compañía.

Uno, dos, tres, puntos de venta y ya las cintas auditoras habían sido reemplazadas; todo bien se podría decir. Al ingresar al lobby bar, lugar reservado con muy poca luz, muy escasa para mi gusto, el sub gerente que me acompañaba, se quedó relegado... Era mi oportunidad de demostrar que no necesitaba de compañía para este tipo de trabajo básico.

Cuando ingresé al área de la caja, buscaba en la pared los interruptores; el llegar de la luz a la tiniebla, demandaba algo de tiempo, en especial para que la retina se acostumbre al nuevo ambiente. Dudé unos segundos y cuando pude ver algo se me cayó el mundo encima…

Era un espectro blanco y grande… no; no era grande, era inmenso; frente a mi estaba parada una cosa blanca que se movía o que aleteaba o que trataba de envolverme… ¡! mamá ¡!... Alcancé a gritar mientras torpemente trataba de salir corriendo… no tenía aire, estaba mareado, quería vomitar, necesitaba un baño… no sé qué más, pero definitivamente no era yo.

En mi retroceso, atropellé al subgerente, un hombre de, en esas fechas cincuenta años aproximadamente. Este señor, no paraba de reír; se encendieron las luces y estaba todo el personal del front desk, recepcionistas, auditores, botones, telefonista, seguridad, todos; Todos reían y me daban la bienvenida a ese mundo de la noche en otro departamento del hotel.

El bulto blanco, era uno de los telefonistas; este loco se había subido en una mesa y cubierto por varios manteles blancos, se proyectaba descomunal lógicamente consiguió su cometido… Gracias… gracias a todos porque con esos simples momentos, me hicieron sentir parte de un equipo; equipo que día a día luchaba, contra buenos o malos momentos, ya fueran estos personales, familiares o empresariales. Ellos, supieron estar ahí.

El susto pasó, el hotel se hacía cada vez más amigable con este servidor, y los bautismos no paraban de suceder; Pero ahora yo también era de los que bautizaba a los recién llegados y entre esos casos les cuento de cuando llegó un nuevo compañero botones…

Era una buena persona, era tan bueno que nos cargábamos a momentos; su defecto… no se acostumbraba a trabajar en la madrugada y el sueño le vencía. Con un gran problema en su contra. Todos, menos el jefe de la noche, sabíamos dónde era su hueca para descansar y lo más grave es que se quitaba los zapatos para dormir. A este buen hombre había que bautizar.

Le dejamos dormir… z z z z … en sus zapatos se puso coca cola, y el conserje de turno lo llamó de urgencia porque debía atender la llamada del jefe… Despertó asustado, automáticamente se puso los zapatos y acudió al llamado. El jefe le explicó que no le había llamado, pero mientras hablaba con él, no dejaba de mover los pies; se paraba en el izquierdo y sacudía el derecho una y otra vez, y repetía los movimientos alternadamente con cada pie. No lograba entender por qué sus pies estaban pegajosos o sudorosos…

Cuando retornó de donde el jefe, se le hizo enterar de que había sido bautizado; bautizo este, que logró que nunca más se saque los zapatos en horas de trabajo. Me viene a la mente también que cuando uno de los auditores se quedaba dormido, sin permiso sobre el escritorio, con el famoso corrector blanco “liquid paper” se le pintaban los vidrios de los lentes o se les amarraba los cordones de los zapatos entre si y se los despertaba o llamaba de manera urgente a hacer algo… ya podrá usted, imaginar el espectáculo que se vivía…

Bautizos…nunca faltaron y créame amigo lector, que para descansar no volvió a sacarse los zapatos el compañero botones y los dormilones, debían tomar todas las precauciones, a fin de no ser visitados por los bautizadores…

No faltó el ocurrido, que se consiguiera un gato negro de alguna parte y lo lanzara justo cuando el personal hacía los recorridos en la madrugada. Siempre debía haber un nuevo para hacerlo. Recuerde usted amigo lector que el turno de la noche o tercer turno, es el que más alta rotación de personal tiene, por lo duro y forzado que resulta.

Me despido con un hasta pronto, para poder compartir con ustedes otro tema hotelero.


 
 
 

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