“También somos pueblo”
- Francisco Ortega
- 31 mar 2017
- 6 Min. de lectura

Foto diario La Hora
No todo era organización, reglas, y procedimientos. Ya ocupábamos un puesto directivo en el hotel y este es otro caso hotelero, que se los narro a continuación.
Cursábamos el mes de junio del año 1990, año difícil políticamente hablando. Un poco de historia no nos hace daño, a fin de que el lector se identifique con la época que vivíamos en el hotel, que como la mayoría de mis lectores conoce, quedaba colindando o separado solamente por la Avenida Patria, del lugar de los acontecimientos y reunión. Parque de El Ejido.
Nuestro trabajo y el trabajo de más de tres cientos empleados, no era de carácter político ni religioso; por tal motivo y manteniendo nuestra ética de no ver, no escuchar y no comentar, llevábamos una vida tranquila en el aspecto laboral; es decir sin pertenecer activamente a una línea política y menos identificarnos con ninguna, al menos dentro del hotel.
Ocupaba la presidencia de la república, el doctor Rodrigo Borja; persona a la que por circunstancias del trabajo, tuve la oportunidad de tratar en varias ocasiones. Esta era, una de las ventajas de trabajar en un hotel de la categoría en la que, para los eventos oficiales, se buscaban salones grandes y bien adecuados, a más de las facilidades para delegaciones internacionales.
Los movimientos indígenas, venían desde hacía más de una década, gestando una protesta a nivel nacional, con el fin de ser reconocidos ya no como un sujeto social meramente, sino como un movimiento político.
La base ancestral, que regía a este movimiento a esa época, era: AYLLU la familia; AYLLU LLAKTA la comuna; MINKA el trabajo colectivo; RIMANAKUY la práctica del diálogo; YUYARINAKUY los acuerdos y PACHA MAMA la naturaleza.
Me asaltan a la mente gratos recuerdos ahora que reviso mis apuntes diarios de las novedades del hotel, sin pretender creer que sea una bitácora, pero es sin duda el motivo de poder con certeza, narrar lo que me pasó a lo largo de mis años de servir a los clientes.
Para aquellos que ya se conectaron con la historia, les confirmo que; Si…, si mis amigos se trata del levantamiento indígena “Inti Raymi” sucedido en junio de 1990. Y que el lugar de concentración; de todas las delegaciones indígenas procedentes de distintas provincias del país, no fue en el actual parque del arbolito; fue en pleno parque El Ejido a escasos metros del hotel.
Veíamos como el municipio y sus instancias respectivas, aceleradamente se preocupaban de montar cabinas sanitarias; diez, veinte o quizá más y para qué?, lo comentábamos, con la plena seguridad de que no pasarán de cien o dos cientos manifestantes.
Que poco o nada, conocíamos a nuestro pueblo. Si mi amigo a “nuestro pueblo”; al verdadero indígena que organizadamente avanzaba por miles, hacia la ciudad capital, para dejar clara su protesta de que también existen.
Movimiento policial escaso, algo muy mínimo de cruz roja, nada de servicios médicos y como lo mencioné anteriormente, solo algunas baterías sanitarias, esperaban la llegada de los indígenas protestantes. A eso de las tres de la tarde, comenzó a llegar la marea humana; Indígenas de colorida vestimenta hacían su aparición por los diferentes puntos cardinales, uno, dos, tres, diez, veinte y cinco, ochenta, cien y más y más delegados se congregaban.
Esta reunión ya tomaba otro matiz y nosotros como hotel, no habíamos tomado medidas cautelares al respecto. La gerencia dispuso una reunión urgente y se abordó el tema que teníamos ante nuestros ojos y a escasos metros de separación.
No sabíamos que duración tendría la ocupación del parque, ni sabíamos tampoco, cómo iba a terminar el evento. Se dispuso entonces, que tanto seguridad, ventas, banquetes, relaciones públicas, alimentos y bebidas y todos los departamentos involucrados en la operación del hotel, monten una estrategia de prevención a fin de proteger la integridad de nuestros clientes externos e internos. Dígase huéspedes y empleados.
La policía no intervino en la llegada de las delegaciones; no así, el mismo movimiento indígena, que no permitía el ingreso de particulares a las áreas por ellos resguardadas. Que porqué lo sabíamos?, pues muy simple mi querido lector, los extranjeros o comúnmente llamados gringos y huéspedes del hotel, trataban de fotografiar a los participantes del evento y eran severamente rechazados por lo guardias de la comunidad indígena.
Mirando todo esto, pudimos constatar que, de los grupos reunidos, entre los cuales como dije asistían de diferentes lugares del país, no todos venían a hacer turismo o estaban con la disposición de hacer sesiones fotográficas; ellos venían a reclamar sus derechos.
Establecí contacto con un señor; “Señor” en el más amplio sentido de la palabra, su nombre Luis Ukumari; pertenecía a una de las delegaciones del sector oriental. El señor Ukumari, que luego me honrara con su amistad, y me pidiera que le diga “Luis” simplemente, me hizo ver la importancia de este movimiento y la trascendencia del mismo.
Muchas veces nosotros como hotel cinco estrellas, no nos pusimos a pensar en que un movimiento de carácter indígena pudiera afectar a la ocupación del hotel. Pero el ambiente convulsionado que vivíamos por esa fecha, logró que tanto la prensa local como internacional, ahuyentaran por así decir, el turismo y lógicamente a nosotros por estar tan cerca de los acontecimientos, se nos bajó la ocupación.
Recuerdo claramente, que una noche decidimos visitar a los amigos indígenas, llevando cigarrillos, galletas, y refrescos, todo producto de una colecta organizada por el personal del hotel en el turno de la noche. ¡Que error! Estas comunidades estaban acostumbradas a descansar en la noche y desde muy temprano, ellos establecían verdaderas guardias o rondas, al cuidado de sus congéneres y me constó que lo hacía con una vehemencia impresionante.
Fuimos capturados o tomados en custodia por un grupo de diez indígenas; ellos portaban lanzas de madera. Luego supimos que eran de chonta; no pudimos decir a que íbamos en la noche ya que no nos dejaron hablar. Despertaron a sus jefes y para suerte nuestra entre ellos estaba el señor Ukumari. En cambio, como integrantes de nuestra delegación de buena voluntad, estaba el jefe de seguridad de turno, un mesero del restaurante que operaba las 24 horas, un auditor nocturno, un botones y yo.
Estuvimos retenidos desde las 24H30 hasta las 03H40 más o menos, tiempo en el cual, a duras penas si nos dejaban mover ya que éramos al decir de los guardianes, espías de su movimiento. Aparecieron, palos, machetes y lanzas; estas últimas, tan afiladas que daba miedo que alguno de los indígenas se pusiera nervioso y ahí mismo nos atravesaba. Ahora me parece comprensible, pero esa noche, tuve miedo, solo me faltaba llorar del susto de ver a esa gente tan acalorada, hablando en diferentes lenguas, tratando de hacer justicia por su propia mano ante los espías.
Explicaciones, razones, motivos y sobre todo, la verdad por nuestra parte era el único argumento que podía salvarnos. Hubo momentos en los que pensé que los cigarrillos, y galletas, sería solo para nuestro funeral y lo peor de todo, buscado por nosotros mismo. Se nos confiscó los radios de comunicación con el hotel y durante esas horas los compañeros a escasos metros, no sabían lo que estábamos atravesando los delegados para la visita.
Fuimos interrogados uno por uno; afortunadamente lo que se hace de corazón y sin interés de por medio, llega a feliz término, porque todos sabíamos que solamente fuimos de dejar algo como presente. Luego de la intervención del amigo Luis Ukumari, persona que nos identificó como “los del hotel”, la comunidad se fue tranquilizando y aceptaron los presentes, mismos que a esa hora y para nosotros eran la peor y más mala idea que se nos hubiera ocurrido en todos los tiempos. Y toda esta experiencia nos estaba sucediendo en la vereda de enfrente.
Necio como yo mismo, a la mañana siguiente y ya fuera de turno de trabajo, visité al Luis Ukumari, caballero que supo hablarme claro y directo y me dijo que si no sabíamos a lo que nos habíamos metido con su gente; que el espacio que estaban ocupando transitoriamente en este movimiento, era sagrado y que los ánimos estaban exaltados y que no volvamos a hacer otra aparición como la de la noche anterior. Que recuerde que tenían permiso del municipio de estar ahí.
Luis Ukumari, cuyo nombre quechua significa “el que tiene fuerza de oso”, no figuró entre los destacados representantes indígenas del movimiento, él como hombre maduro y sabio, era consultado por su serenidad; era uno de los patriarcas de su aldea.
Nosotros, los “intrépidos” representantes del hotel de esa noche de junio, no hicimos mayor comentario de la aventura porque fue y lo reconozco paladinamente, una imprudencia y metedura de pata. Solamente se nos hizo un llamado de atención, una vez explicada la ausencia tan larga del lugar de trabajo. Como siempre he dicho, este episodio afortunadamente también llegó a feliz término y recuerdo como si fuera esa noche, una de las frases pronunciadas por Luis Ukumari ante sus compañeros protestantes, fue de que nosotros “también somos pueblo”.
Me despido con un hasta pronto, para poder compartir con ustedes, otro tema hotelero; no, sin antes recurrir a un sorbo de agüita porque el simple recuerdo me produjo ansiedad y nervios.

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