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“Los dolores de Dolores”

  • Francisco Ortega
  • 15 ene 2017
  • 5 Min. de lectura

Una vez más con ustedes, para compartir otra de aquellas vivencias, que en su momento, nos hicieron reflexionar y pensar en esas cosa raras que pasaban en el hotel.

Han pasado ya muchos años y se vienen a la memoria, cada uno de los hechos que sucedían en el hotel; la verdad sea dicha, recorrer cada página de las bitácoras de esas fechas, es un trasladarse al mismo lugar de los hechos en fecha, día y hora.

Hemos hablado de políticos, cantantes, fantasmas, gente en particular, que sin tratar de sobresalir, dejaban huella en su paso por nuestro hotel. Es que mis amigos; cuando trabajamos por largos años en una empresa, surge automáticamente ese sentido de propiedad; de apropiación y comenzamos a decir, mi hotel, mi banco, mi colegio, mi oficina, etc, etc…

Permítame entonces usted amable lector, jugar con esta forma coloquial pero sencilla de decir las cosas por su nombre y hacer de cuenta, que lo que estoy narrando pasó de verdad en mi hotel.

Teníamos para esas fechas ocupaciones muy interesantes; la generalidad nos daba una media de 80% de ocupación, lo cual era muy satisfactorio para quienes habíamos ya logrado escalar algunas posiciones dentro de la estructura piramidal de la compañía.

Era un día sábado, empezaba yo mi turno ejecutivo, como lo llamábamos a hacernos cargo del hotel por un fin de semana entero, “ejecutivo de turno” nos denominaban y éramos los encargados de administrar todo el hotel de viernes en la noche a domingo en la noche.

Pues entonces lo primero que hacíamos era obtener una habitación para nuestro descanso, situación que se la hacía con todas las de ley; es decir, como un huésped particular, registrándonos en recepción y obteniendo la llave de la habitación.

Debíamos recibir el turno y novedades de los ejecutivos salientes y en general el ambiente siempre fue de completa camaradería a pesar de las diferencias que pudiéramos tener entre nosotros. Considero que una de las grandes fortalezas que teníamos las personas que conformábamos aquel equipo de trabajo en aquellas épocas, era el poder marcar las diferencias sin que estas lleguen al plano personal.

El famoso turno ejecutivo, era por demás interesante; nos tocaba en suerte conocer el hotel más profundamente, debido a que reportes y más reportes nos llegaban y debíamos saber interpretarlos, a fin de dar seguimiento y continuidad a las acciones a tomar, en esa ciudad pequeña como yo siempre he considerado a un hotel.

Pero bueno, en el hotel trabajábamos gente de toda procedencia, creencias, religiones y diferentes niveles de preparación. Había personas preparadas académicamente y otras que a base de esfuerzo personal, habían logrado su posicionamiento en lugares directivos, como resultado de su experiencia y buen criterio.

De entre esas personas de buena formación a base de experiencia, en el departamento de ama de llaves, trabajaba una mujer incansable, de excelente criterio para adornar y arreglar las flores del hotel; merecedora del premio a la mejor empleada del mes, en varias ocasiones. Ella había comenzado como camarera y luego se desempeñaba en áreas públicas, siempre cuidando del buen ver de las flores y arreglos ornamentales.

No recuerdo cuando esta funcionaria del hotel, empieza a reportar malestares de salud. Lo cierto es que por sus años de servicio, por su entrega a la institución y por su gusto exquisito en lo que hacía, se había empezado a dar cierto grado de credibilidad a las dolencias que presentaba la señora.

Pero últimamente la salud de doña Dolores, cuyo nombre jamás se nos borrará de la mente, había empezado a decaer; cólicos con dolor indescriptible le daban y se hacía necesario enviarle a su casa luego de ser medicada. Este tipo de situaciones se había hecho la constante de no menos de una vez al mes. Nada raro en una mujer que se aproximaba a las seis décadas de edad y de la que se creía estaba atravesando su período de menopausia.

Pues sucede entonces que en el fin de semana, me comunican que doña Dolores presentaba otra vez sus malestares y no podía trabajar debido a un fuerte endurecimiento en la zona de su bajo vientre. El dispensario médico no trabajaba los días de fin de semana; mejor dicho, solamente asistía la enfermera por cubrir alguna emergencia y era prudente entonces enviar a la señora al hospital de seguro social.

Se dispone que un vehículo del hotel, traslade a la dama al hospital; procedimiento habitual cuando en el dispensario médico no trabajaba el médico, pero cumpliendo los protocolos establecidos y siempre en compañía de un supervisor del área del colaborador, se daba vía libre a la salida al hospital. Más, sucede que al momento de registrar su salida por la estación de control de personal, la dama de seguridad que estaba de turno, nota que doña Dolores tiene una mancha de sangre reciente y fresca en su estómago. La colaboradora del departamento de seguridad, trata de indagar el origen de la sangre que manchaba notoriamente la ropa de doña Dolores y recibe solamente evasivas a las preguntas; ante la resistencia de ella, comunica al ejecutivo de turno sobre el particular.

Sin ver personalmente ese momento a doña Dolores, se dispone se la traslade de urgencia a la enfermería a fin de dar los primeros auxilios. Ya en el mencionado lugar, y bajo protesta de doña Dolores, y en presencia de la jefa encargada de ama de llaves, se procede a ayudar a desvestir a la adolorida colaboradora del hotel y la mancha de sangre, claramente evidencia que hay algo malo debajo de la prenda de ropa próxima a retirar.

Efectivamente; al momento de retirar la prenda que presionaba la herida, aparece el motivo de sangrado y los presentes en la enfermería no pudimos menos que ocultar nuestro absoluto y más grande asombro… Pero que era lo que motivó esta gran confusión entre nosotros?... Se veía sobre su ombligo y hacia el bajo vientre, muy bien fajados dos bultos de color rojizo; Eran nada menos que dos lomos finos de aproximadamente cinco kilos cada uno, de los que salía un fino hilo de sangre por haber sido mal empaquetados y envueltos.

Perplejos y con ataque de indignación, malestar y risa, salimos de la enfermería tanto el jefe de turno de seguridad, la jefa de ama de llaves, la enfermera de turno y yo. Silencio total entre nosotros… no podíamos concebir tanta audacia, cinismo y descaro de la ejemplar doña Dolores.

Que si se la despidió es su pregunta?... déjeme contarle que no de inmediato; primeramente se hizo la respectiva averiguación y seguimiento de toda le red de personas involucradas a fin de llegar a lo grueso del caso. Estaban involucrados gente de carnicería, bodega, compras, cocina y la propia y ya citada colaboradora de ama de llaves.

Solicitamos que el departamento médico, actualice las historias clínicas de los colaboradores a fin de no volver a caer en ese juego peligroso pero real de falsas dolencias.

Desde esa fecha, los “dolores de Dolores” terminaron y sobre todo el dolor de cabeza de saber que había fuga de alimentos en crudo desde hacía tiempo atrás.

Me despido con un hasta pronto, para poder compartir con ustedes otro tema hotelero.


 
 
 

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