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"Fiestas de Quito"

  • Francisco Ortega
  • 31 dic 2016
  • 5 Min. de lectura

¡Que viva Quito! Era el grito que por toda esquina, calle, parque o lugar se escuchaba. Pero eran otros tiempos; tiempos en los que en nuestro Quito se respiraba alegría, paz, tranquilidad y se podía disfrutar de unas verdaderas fiestas populares.

Una vez más con ustedes, para poder compartir otra vivencia, de esas que hicieron historia en la mente de quienes trabajamos en mi hotel.

Han pasado décadas de esas fechas en las que quiteños y no quiteños, nos reuníamos a festejar a la “carita de Dios” como en buen romance se conoce a la bella capital de los ecuatorianos. Capital cosmopolita, en la que no es extraño encontrar disfrutando de sus encantos, a la gente de todas las latitudes del mundo entero.

Estábamos doblemente de fiesta al decir de la gente que acudía a diario a los diferentes ambientes del hotel. Restaurantes, bares, casino, discoteca y salones, se veían concurridos por mucha gente que, con ánimo festivo se disponían a festejar a su manera tanto la reciente firma de paz con el hermano pueblo de Perú, como por las ya llegadas fiestas de la capital.

Efectivamente, el 26 de octubre de 1998, nuestro presidente a esa fecha, señor Jamil Mahuad y el señor Alberto Fujimori, presidente de Perú, firmaban el acta entre los dos hermanos pueblos de nuestra América del Sur. Anhelada y esperada firma de paz, que a la final daba término a una relación muy desgastante y controversial entre vecinos.

La verdad es que el ambiente era bueno a pesar de los problemas económicos que se veía venir. Había trabajo y las ocupaciones de los hoteles, era aceptable y se mantenía en los promedios deseados.

El hotel, había programado algunos eventos y exposiciones en los salones amplios y grandes de que disponía. El personal de banquetes, eventos y convenciones, hacían gala de su habilidad en conquistar esos eventos que daban realce a las fiestas de la capital y beneficiaban los ingresos nuestros.

Entre los eventos que se preparaban, estaba uno de orientación hacia la tauromaquia. Era un programa transmitido en directo por un canal de televisión de la capital, en el que se entrevistaba a los actores y artífices del entonces número central de las fiestas quiteñas, como era la feria de Jesús del Gran Poder.

Para esas fechas y como uno de los varios toreros que llegaba al hotel, se había registrado ya en una de nuestras suites, el famosísimo maestro Julián López, conocido en el mundo taurino como “el juli”. Muchachito de apenas diez y siete años, pero con un historial de éxitos impresionante. Me he permitido decir muchachito en honor a su apariencia física y juventud. Muy desenvuelto a la hora de conversar, centrado en que era el eje de atención del momento, pero en ningún instante supo demostrar algo que le hiciera parecer prepotente o superior a nadie.

Todos desconocíamos que se joven torero, justamente en el citado año, sería el ganador del máximo trofeo al mejor torero de la feria Jesús del Gran Poder. Al otro día, siendo la hora del desayuno y ya conocedor de su triunfo, estaba más bien preocupado por servirse una doble ración de cereal y jugo de naranja, que dijo encantarle. Tranquilo, sabedor de lo bueno que era en su arte, no hizo comentario al respecto y más bien se dedicó a resaltar la belleza del paisaje de Quito, que desde el gran ventanal del salón se apreciaba.

Las horas pasaban y las fiestas de la ciudad se multiplicaban en todos los barrios, plazas, centros comerciales y lugares propicios para ello. Gente y más gente se volcaba a las calles en horas de la noche, a fin de participar unos, curiosear otros o simplemente divertirse en compañía de familiares y amigos.

Para nosotros, las fiestas eran motivo de trabajo más recargado. Los restaurantes trabajaban a full, en particular uno de ellos, el que trabajaba las veinte y cuatro horas justamente. Ese tradicional restaurante, tenía un aforo de más de cien personas y se hacía necesario que los aspirantes a ocupar una mesa de ese restaurante, debieran esperar su turno para ser acomodados.

Una, dos, tres, cuatro de la mañana y la gente no deja de llegar; se hace necesario que el personal de otras áreas, asista y ayude a los meseros y personal del restaurante. Que se abra la bodega general, frigoríficos, y otras bodegas para sacar productos y seguir atendiendo la demanda de alimentos. En particular lo que se vendía en gran forma, era el caldo de patas, seco de chivo, y una variedad de platos que al decir popular, levantaban muertos a esa hora.

De verdad que rica era la comida y que delicioso era ver la cantidad de gente que llegaba de toda la ciudad a consumir.

Reviso mis apuntes, y debo compartir con ustedes, esta historia que no deja de ser altamente impactante. Eran las cuatro de la mañana, minutos más, minutos menos. La gente que esperaba su turno, reía, hablaba, fumaba, y compartía sus experiencias sobre la fiesta a la que había concurrido. Unos sentados en los cómodos sillones del lobby del hotel y otros de pie, muy pendientes de si se desocupa o no una mesa para ocuparla.

Había un grupo de cerca de ocho personas en franco plan de diversión y cháchara. Una de las damas del grupo, guapa, alta con un bonito vestido acampanado, se movía por todo lado entonando o tarareando una melodía, se notaba muy alegre. Esta misma dama, se acercó al borde mismo del antepecho que bien servía de pasamano y balcón entre el lobby y el salón restaurante.

La altura del balcón o antepecho era de un metro aproximadamente; desde este lugar se podía ver fácilmente todo el restaurante y más las mesas que debajo del mismo se disponían y que utilizaban la pared como respaldo. Aquella noche se había juntado tres mesas justo debajo del balcón y todo un grupo de comensales degustaba su cena a esa hora; sería no menos de doce personas las que comían.

De repente y como si fuera una película en cámara lenta, vimos como la alegre dama que tarareaba sus canciones, trataba de aferrarse a la persona que estaba a su izquierda; un señor que se encontraba muy ajeno a la dama y que compartía alegremente su espera en compañía de su esposa.

La dama en caída libre, arrastra al caballero y los dos caen sobre la mesa servida de los comensales del restaurante. Una sola risotada, gritos, algarabía, ¡viva Quito! se escuchaba. La dama trataba de cubrir su humanidad sobre la mesa, el caballero no sabía por qué estaba abrazado de una dama ajena y sobre una mesa de restaurante, los comensales unos de pie y otros tratando de limpiar sus prendas, no paraban de reír… y comentar lo sucedido.

La familia de la dama, pedía disculpas y trataba de arreglar la situación a la vez que avergonzados se retiraban del lugar. La gente de las mesas afectadas, lógicamente dejaron de comer y el ambiente de fiesta se encendió más aún. Viva Quito… que se lancen otra vez…que buen show… eran entre otros los comentarios que hacían los trasnochadores que nos acompañaban ese cinco de diciembre.

La verdad sea dicha, ese episodio que afortunadamente no tuvo consecuencias traumáticas, ayudó a que un turno de trabajo altamente cargado de presión y estrés por la cantidad de comensales y clientes, se convirtiera e hiciera divertido y hasta cierto punto cómico a más de anecdótico en la vida de ese restaurante.

Los comentarios y las anécdotas del suceso, se conversaron por largos días en los pasillos del hotel y los saloneros y personal que estuvimos trabajando esa noche, lo contábamos como si hubiera sido una película programada.

Me despido con un hasta pronto, para poder compartir con ustedes otra vivencia hotelera.


 
 
 

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