“Amenaza de bomba”
- Francisco Ortega
- 15 dic 2016
- 7 Min. de lectura

Estoy revisando las bitácoras de mis años de hotelero y encuentro esta situación comprometedora y que a continuación se las narro, porque a todos nos llama la atención, siendo otro tema de hotel.
Nuestro país, también tuvo años difíciles en los que se dieron secuestros, extorsiones y amenaza de bombas. La política en aquellas fechas era llevada muchas veces por actos extremos y estos actos a no dudar, inquietaban el buen vivir de nuestra gente amable y generosa por naturaleza.
En las fechas a las que se refiere esta vivencia, era presidente del Ecuador, aquella persona que hizo famosa la frase “ni un paso atrás”. Como algunos otros personajes de la política, había ocupado anteriormente otros puestos de relevancia; de entre ellos el haber sido alcalde de la capital. Pero al igual que otros notables, también tenía seguidores y detractores.
Estábamos viviendo los últimos días del mes de diciembre de 1994; como todos los años, las fiestas opacaban el vivir político nacional y la gente ya casi había olvidado el bullado caso “flores y miel”, que involucraba a familiares directos y políticos del entonces mandatario ecuatoriano. Escándalo que había sido denunciado en septiembre del mismo año.
El hotel, seguía su marcha pujante y a la vanguardia de sus similares en la capital. Nuestras tasa de ocupación eran muy buenas y las cifras del forecast, eran prometedoras. A los ejecutivos solo nos tocaba seguir incentivando a los colaboradores, para que cumplan con su papel de ser; no solo buenos, sino grandes anfitriones.
Cada uno de los departamentos del hotel, se preparaba a su manera, para recibir la noche buena y despedir el año viejo. La oportuna chispa y entrega del personal de camareras, lideradas siempre por una inmejorable dama, contagiaban con su alegría a las otras áreas y vivíamos concursos, cantos de villancicos y reuniones fraternales todas, en las que por unos minutos, olvidábamos la presión constante de seguir siendo los mejores.
Cuando han pasado ya tantos años, viene a mi mente una pregunta, misma que no puedo contestarla y que se las comparto: … Quien va a trabajar el 31 de diciembre?... y aunque usted no lo crea, por más de quince años, la respuesta me la ganaba yo. Si amigos yo, era el voluntario para hacerlo. Ahora cuando ya las hijas formaron sus hogares y llegaron los nietos, entiendo lo mal que hice al dejar solas, a la esposa y las hijas, en esas fechas en que pude compartir con la familia. Pero en esa época creíamos que la obligación y el trabajo lo era todo… Error; craso error! La familia es por quien uno debe vivir y no debe existir justificación para dejarla de lado y menos en esos días y momentos en que la unidad familiar debe fortalecerse.
Las fiestas y algarabía se multiplicaban en todos los lugares de la ciudad y ambientes del hotel en general. Ya para entonces nos preparábamos para las cenas navideñas de empresas y oficinas, domingos en familia, y la tradicional y esperada noche del apagón el 31 de diciembre.
Los departamentos de ventas y banquetes, eran los más apretados en trabajo, porque que ellos eran los que sacarían la cara por el hotel en esas fechas. Recuerde usted amigo lector, que las fiestas de fin de año, son más bien caseras que de otro orden. Con las debidas excepciones; lógico es decir.
Árboles navideños por doquier, adornos, guirnaldas, flores de vivos colores rojo y verde, luces que se encendían y apagaban, acompañaban a la gente que automáticamente, cambiaba hasta su expresión facial en esas fechas y mostraba algo de optimismo y felicidad por lo que se venía. Desde luego no faltaban los apuros, las carreras y el tratar de cumplir con los presentes, mala costumbre que se ha enraizado tanto de muchos años a esta parte. Desde cuando yo tengo uso de razón y mucho antes por no decir desde siempre.
Pasada la noche buena, la gente seguía en ese torbellino de agasajos, festejos, promesas, ofrecimientos y más, que se acostumbra en diciembre. Nosotros en el hotel, nos preparábamos para la gran noche del apagón el 31 de diciembre a las 24H00.
Se había dispuesto que el salón más grande del hotel, sea adornado y vestido de manera lujosa para recibir al nuevo año. Lindos colores, hermosos manteles, sillas decoradas, arreglos florales de centro de mesa, luces extras y bien combinadas, daban al lugar, un toque de ensueño y auguraban que la fiesta a no dudar, sería lo mejor de lo mejor.
Eran las diez y media de la noche y ya habíamos llegado al hotel para cumplir nuestro turno de trabajo; saludos, comentarios sobre el gentío en las calles adyacentes al hotel y lo difícil que era llegar, eran lo más normal de esa hora. El equipo de personal que íbamos a pasar trabajando ese fin de año, seguía completándose de acuerdo al plan establecido. Es decir, todas las áreas del hotel cubiertas y no se diga en el área de banquetes, en donde debía contratarse personal ocasional para el evento.
Al hacer el recorrido para recibir el hotel y empatar el turno con el ejecutivo saliente, se verificaron las cosas de rigor… Luego, la despedida y deseos de felicidad a los que salían a la casa y bienvenida a los que entrábamos a trabajar.
No eran las once la noche y se declara una “clave 5” en la radio, por parte de la central de teléfonos del hotel. Por ser una de las llamadas urgentes esta clave 5, dejé de hacer lo que al momento me ocupaba y concurrí simultáneamente con el jefe de seguridad de turno al lugar citado. El telefonista, un muchacho equilibrado, siempre cortés y sereno, estaba con cara de preocupación y mantenía el puño cerrado en alto.
…”No puede ser”… fueron las palabras de mi compañero de aventuras de esa noche. La clave 5 y el puño cerrado en alto, era la advertencia de “amenaza de bomba”, utilizada por el hotel… Qué hacer?...
Lo que fuera, debía ser rápido y bajo la más estricta discreción y reserva, porque ya había gente ingresando a la fiesta de fin de año en el salón destinado para el efecto. No dejaré de lado contar que el aforo estaba al 100% vendido.
Muchas cosas vienen a la mente esos momentos; si bien es cierto que habíamos asistido a charlas, cursos, simulacros; otra cosa, era enfrentar en vivo y en directo, una situación como esta. Una situación que no dejaba de ser muy compleja. Había no menos de doscientos huéspedes en casa y se esperaban al menos unas trescientas para la fiesta anunciada y vendida.
Pedí comunicación directa con la policía; hice contacto con un capitán cuyo apellido era Suárez y que pertenecía al escuadrón de bombas. Coordinamos su llegada al hotel, misma que debía ser muy cauta y silenciosa. Efectivamente, en menos de quince minutos, ingresaban por las puertas de servicio y parqueadero, elementos policiales vestidos de civil unos y uniformados otros, además de canes adiestrados y una serie de implementos que solo ellos los utilizaban.
Coordinamos con el señor Suárez la estrategia, a fin de no alarmar ni crear pánico entre los asistentes y menos aún entre los huéspedes en casa... Era necesario que subieran los canes al salón de la fiesta?... Definitivamente sí. Lo grande del espacio a cubrir y la facilidad de acceso si alguien trataba de poner un artefacto explosivo, eran más que suficiente justificación para que los perros adiestrados en descubrir explosivos, actuaran en su experticia.
Durante las indagaciones de rigor y en la conversación con el telefonista de turno, y leyendo el formulario que para el efecto existía, se trataba de una llamada amenazante, en la que se comunicaba que; …a las cero horas haría explosión una bomba porque, nosotros (el hotel), dábamos cabida a la familia del mandatario corruptos… Entendimos que se daba a entender que alguien de la familia del Presidente, asistiría al apagón del hotel. Otras frases más y mucho más subidas de tono en vocabulario soez habían y que usted, comprenderá mi amigo, no viene al caso escribirlo.
No teníamos más de una hora para poder determinar si evacuábamos al hotel o descubríamos el artefacto… Y no es nada agradable tener tanta responsabilidad en las manos y tomar determinaciones así de duras.
Nos fuimos por la opción de capear el momento, haciendo frente a los invitados y explicando que la presencia de canes antes del programa, era una medida de precaución en el salón del evento y que no pasaba nada. Igualmente se trató de verificar sin que sea muy notoria la situación, entre las prendas dejadas en ropería, por parte de la gente que llegaba a la velada de gala.
Preguntas sobre que pasaba, sí que las hubieron; afortunadamente el ambiente era de fiesta y los ánimos se prestaban para celebrar, situación que la manejamos entregando cotillones y tragos de bienvenida; situación esta, que nos ayudó a sobrellevar el mal momento que vivíamos contados funcionarios y empleados del hotel. Las brigadas de incendio, evacuación, primeros auxilios y otras estaban activadas; el hotel vivía una alerta roja, pero los huéspedes y clientes no podían saberlo.
Se acercaba la hora cero; es decir las doce de la noche, estábamos al borde de la paranoia; creímos ver en cada paquete o envoltorio, algo que podía estallar y aparentemente se estaba terminando con el barrido y verificación de posibles artefactos explosivos. El resultado hasta esa hora era negativo; no se encontraba nada sospechoso y era la hora de tomar la decisión definitiva. Evacuar o seguir…
Hoy al recordar, todavía se me hacen nudos en el estómago, se me paran los pelos y siento ese mareíto de estar ante un “qué hacer”? Pues las cartas ya estaban echadas; nos quedamos para ver si era o no verdad la amenaza. Hablamos con las jefaturas del personal laborando y fuimos muy claros en comunicar la situación y consultar. Todos, toditos estuvieron de acuerdo en que debíamos seguir con la fiesta. Gracias a esa consulta, cuestionada por algunos, creo que hubo la cohesión necesaria para salir adelante esa noche.
Ser gerente, no es disponer, mandar o recibir reportes solamente; consultar y mantener al personal al tanto es lo correcto para mi forma de ver.
Son las doce de la noche… abrazos, besos, apretones de mano, felicitaciones, promesas, etc, etc, y… NADA! El tiempo siguió su marcha; con el capitán Suarez, nos estrechamos la mano y no pronunciamos palabra, solo veíamos a la gente festejar. El jefe de seguridad de turno, el señor policía y yo, creo que empezábamos a respirar normalmente luego de que pasó la hora del abrazo y algarabía en el salón de eventos.
Cerca de la una de la mañana del nuevo año y luego de los acontecimientos, invité a cenar al señor Suárez, pero él debía ir a reunirse con su familia; entonces recordé que yo también la tenía y debía llamar a desear un feliz y próspero año nuevo, a pesar de que sabía que las hijas pequeñas ya descansaban.
El susto pasó; afortunadamente solo fue una amenaza; la paz y calma retomaron su habitual lugar en el hotel y todo quedó solamente en reportes de la novedad. Que si se dieron otras amenazas?... Claro que se recibió llamadas de amenaza de bomba en otras ocasiones, pero no recuerdo que el hotel haya estado con tanta gente en un evento como aquella noche de año nuevo; tampoco recuerdo que se haya dispuesto una evacuación en el hotel.
Me despido con un hasta pronto y pueda compartir con ustedes, otro tema hotelero.

NOTA: la historia es real, no así los nombres citados en la misma.
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