“Error humano”
- Francisco Ortega
- 15 oct 2016
- 6 Min. de lectura
Una vez más con ustedes, para esta ocasión, contarles otra vivencia, de las tantas que sucedieron en el hotel el siglo anterior.
Como en todo lugar de trabajo, llámese este sector público o privado, lo que interesa es trabajar. Muy a pesar de que las empresas privadas en particular, cuentan con manuales, reglamentos, políticas y un sin número de reglas que ayudan a la buena marcha institucional, hay personas que hacen caso omiso de ellas y dan lugar al desequilibrio de los patrones conductuales internos.
Han asistido ustedes a una fiesta de gala en un hotel?. Pues claro que si lo han hecho y no una sino algunas veces verdad. Entonces cuénteme como son los preparativos para la misma? Ups… que pregunta verdad. Y tienen razón; yo personalmente diría que los hay de dos tipos: el primero a título personal y el segundo la organización del evento.
Y claro a nivel de persona, primeramente vemos que tipo de invitación nos hicieron, el tipo de vestimenta que vamos a llevar, las alhajas para las damas y las lociones para los caballeros; el tipo, color y modelo de vestido de las féminas y el color y corte de los caballeros. Todos guapos y bellas sin excepción por así decirlo verdad.
Y del salón… ni que hablar; la fiesta es en el salón fulanito de tal, del prestigioso hotel del que hemos venido hablando en las vivencias anteriores. Un salón grande, lujoso, con bellas lámparas de araña, importadas de la lejana Europa. Todo un destello de belleza, el ver al salón principal del hotel iluminado y ataviado para la gran fiesta.
Pero detrás de todo este derroche de luminosidad, gala, belleza y glamur, hay una legión de servidores, prestando su grano de arena… para qué?... pues para el lucimiento del anfitrión, de la persona que ha hecho un gran esfuerzo para agradar a sus invitados.
Chefs, cocineros , posilleros, saloneros, camareras, capitanes, seguridad, operadores de sonido, es decir un enjambre de trabajadores que logran que el evento, baile, cena o festejo en general, salga a pedir de boca y sea del agrado de toda la concurrencia.
Cuando estamos invitados, solamente pensamos en el lugar al que nos invitaron y automáticamente, sacamos del baúl de los recuerdos, las experiencias ahí vividas, con la certeza de que esta vez se superarán nuestras expectativas y la pasaremos bien. Pues si fue en el mismo hotel, querremos que sea algo mejor; si fue en otro establecimiento de similares características, trataremos de establecer comparaciones y juzgaremos cuál de los dos lugares fue mejor.
Increíblemente el momento de juzgar la calidad, cantidad, sazón y virtudes o defectos de lo que hemos vivido, afortunadamente sacamos del juicio al anfitrión. Si mi amigo haga memoria y recuerde usted, en qué lugar le trataron mejor en uno de sus eventos…. Así es… no decimos lo mal que nos trató la persona que nos invitó sino el hotel donde estuvimos.
Empezó la fiesta, palabras de bienvenida, discursos e intervenciones, brindis, cena y el infaltable y esperado baile. Buena música, licor o bebidas moderadas, gaseosas, agua, etc, etc… Una hora, dos horas, cinco horas y estamos llegando al momento de las despedidas, promesas de fidelidad, de pronto y rápido reencuentro, de no olvidar, todo cuanto decimos al separarnos de la gente con la que pasamos muy divertidos las últimas cinco horas.
El silencio y la calma retornan al salón de eventos; solo quedan recuerdos de lo que fue la reunión por meses esperada y por horas de trabajo preparada. Ahora solo queda, que el personal encargado, retorne las cosas a su lugar, que los posilleros, laven las vajillas, que los personeros de montaje, guarden la utilería empleada en el espectáculo y que los recuerdos y horas felices se desvanezcan.
El capitán de meseros, hace sus últimas cuentas y elabora los tikets de pago para el personal eventual; imprime y envía su reporte del evento y despide a los empleados, no sin antes agradecer por el esfuerzo puesto por cada uno de sus subalternos y lograr la felicitación del dueño del mismo.
Solo quedan trabajando los señores de montaje y ya casi está dada la última vuelta de reconocimiento, a fin de constatar que no quede nada pendiente.
El jefe de montaje, espera impaciente que llegue Juan Calbache, utilero que debía bajar el último calentón hacia las bodegas en el sub suelo; Mientras espera, se dedica a verificar los eventos del siguiente día, porque estamos en época de grados colegiales y las fiestas no paran de darse.
Ha pasado una hora y Juan Calvache, no se reporta. La molestia del jefe de área, se hace notoria y sale personalmente a buscar al empleado que; aparentemente se ha desviado o se ha entretenido con los amigos a dialogar sobre el evento u otros temas. ¿Dónde está el Calvache… pregunta con presente mal humor a los compañeros que, alegremente departen las experiencias del turno terminado… Silencio absoluto… nadie ha visto a Juan. Y las bromas de doble sentido, aparecen en relación a la desaparición… se fue con la dueña del evento…ja ja ja… se lo llevó el albañil… era amigo del duende y está durmiendo con el… ja ja ja.
Han pasado más de dos horas y no aparece el vago, irresponsable, inconsecuente Juan Calvache; se pide a seguridad que verifique si se ha fugado del hotel, de ser así se pide se establezca una sanción al mal empleado. Seguridad solicita la llave de la oficina de utilería y aparece en el registro como que Juan es quien la tiene. Mayor molestia, mayor irresponsabilidad, es el cuadro que se maneja en el entorno laboral de los allí presentes.
Se dispone la búsqueda del desaparecido en los salones y áreas del hotel, sin que se haya podido dar con el paradero. Seguridad dice haber hecho un barrido del hotel y se declara a Juan Calvache, como un empleado que se ha fugado y salido sin permiso; situación que es calificada como un abandono de puesto de trabajo.
Uno de los compañeros, llama a casa de Juan a ver si ya ha llegado… le contestan que no… se fue donde la otra… ja ja ja es el comentario de los amigos.
Son ya las cuatro de la mañana del siguiente día y el jefe de montaje no ha abandonado el hotel. Deja haciendo el memorando de llamado de atención a J. C. y solicita la debida amonestación y multa, por haberse desaparecido con la llave de la bodega. Se marcha a su casa con la indignación dentro de sí.
…Es sábado, son las seis de la mañana y el personal del nuevo turno, se hace presente; el hotel tiene eventos para desarrollarse desde muy temprano, son desayunos de varios grupos en casa. El personal va y viene y en ese medio de ir y venir, se reporta la novedad de que el elevador de servicio para carga, está trabado y ni sube ni baja.
Que fastidio, a esa hora el personal de mantenimiento dice que tan pronto solucione algo de uno de los calderos, se hará cargo del problema reportado. El encargado de mantenimiento pregunta, desde cuando está inactivo… silencio… nadie ha reportado el daño hasta esa mañana. El jefe de mantenimiento cuestiona porqué en la noche no se verificó si estaba operativo… silencio. Nadie se hace responsable de no haberlo reportado.
El elevador no se abre por ningún concepto; los eventos han tenido que ser abastecidos por otra vía y no por el elevador destinado para el efecto, con la consecuente demora y descompensación de las temperaturas de los alimentos. Llamen a OTIS dispone el encargado de mantenimiento; se produce otro tiempo de espera hasta que los funcionarios de OTIS se hagan presente.
Es necesario ingresar al ducto del elevador y ver desde adentro que está pasando ya que aparentemente es una polea la mala… “dicen” los técnicos. Y así se hace; pasan quince minutos y se escuchan improperios y un sin número de barbaridades. Los empleados de OTIS, no atinan a describir lo que ven.
…Allí; atrapado en el ascensor de servicio, está Juan Calvache. Aprisionado por el calentón contra el techo de este, su lugar destinado para morir. Inerte y frío en posición de pie, había sido triturado por la fuerza del elevador…
La comodidad, el apuro, la irresponsabilidad, o simplemente la gana de experimentar si era viable o no, hizo que Juan Calvache ingresara en el elevador antes de que el carro calentón y al momento de presionar el botón de bajar, movió el coche con su cuerpo y este se trabó contra la pared, produciendo el fatal desenlace.
El bajar a Juan del lugar de su fallecimiento, fue uno de los peores momentos de mi vida laboral. Y talvez más duro fue el saber que mientras el agonizaba, alguien pudo haber revisado el funcionamiento del elevador y reportar el hecho a eso de las dos de la mañana, hora en la que terminó el evento. Pero si lo anterior fue duro, no se diga el momento de participar el acontecimiento a la familia…
No en vano las reglas y normas de seguridad industrial se han establecido. No en vano es entonces la recomendación de cumplirlas sin protestar por hacerlo. Desgraciadamente, muchas veces creemos que a nosotros no nos va a suceder nada, y es cuando nos volvemos vulnerables y cometemos esos tan fatales pero ciertos “errores humanos”.
Me despido con un hasta pronto, para poder compartir con ustedes otro tema hotelero.
NOTA: Por obvias razones, los nombres se han cambiado.
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