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“Se nos quema la pared”

  • Francisco Ortega
  • 30 sept 2016
  • 5 Min. de lectura

No recordar al señor chef de la cocina de personal en la noche, sería un verdadero sacrilegio. Si amigos lectores, este es otro día a día del hotel.

La camaradería era pan del día o mejor dicho por nuestro turno de trabajo, pan de la noche. Éramos en total, no más de veinte y cinco trabajadores nocturnos, nos conocíamos muy bien entre todos y no faltaban las bromas de todo tipo entre cada uno de los integrantes de este equipo. El único que marcaba distancias era el gerente nocturno, enemigo a muerte de sí mismo, persona para esa época algo mayor que nosotros y de pocas pulgas al decir general.

Trabajábamos contra reloj todas las noches; el motivo, no salíamos de la oficina hasta que cuadre el balance. Puntos de venta, habitaciones, lavandería, teléfonos, etc, etc, es decir todo aquello que producía ingresos al hotel, debía ser auditado por cuatro personas.

El amable lector, ha de imaginarse que eso era cuestión de verificar el programa en la computadora, dar uno o dos teclazos, “control f1, control f5, o cualquier función de ellas”… pero, NO. No había llegado todavía la computación a los hoteles de Quito; Si amigo mío de Quito.

El trabajo era manual en todo sentido. Yo diría que romántico; se debía utilizar bastante el cerebro, los sentidos, y el menos común de los sentidos, el “sentido común”. Debíamos revisar las transacciones hechas en los restaurantes, lavandería, panadería, central telefónica, como ya lo anoté anteriormente. El ajuste de cuentas debía ser al centavo.

La verdad sea dicha, era un gran equipo de trabajo. Sabíamos que en otros países se manejaba ya, sistemas computarizados y no me equivoco al citar que; lejos de alegrarnos, el saber que algún día el hotel contaría con un sistema de esos, más nos asustaba que entusiasmaba. Ninguno de los que ahí trabajábamos había manejado una computadora y se nos había dicho que la máquina reemplazaría a algunos de nosotros que éramos los auditores.

Pero hasta que llegue ese día, demostrábamos que las máquinas mixtas NCR, eran lo mejor de lo mejor y en ellas, hacíamos los cargos que por distintos consumos registraban los huéspedes. Tomabas el saldo anterior, lo imprimías, y con buena puntería aplastabas la o las teclas de la cantidad a ingresar y… trac…trac….trac…. la máquina producía una serie de sonidos, movimientos luces y la tarjeta de consumos se perdía por una hendidura y luego de unos segundos, salía nuevamente con el nuevo saldo… Maravilla de tecnología de la época.

Para todo esto, debíamos estar concentrados; eran cuatrocientas trece habitaciones y porque no decirlo, afortunadamente el hotel se manejaba con un 80% de ocupación diaria. Es decir amigo mío si usted saca la cuenta, habían más de trescientas habitaciones ocupadas cada día; tarifas diferentes: VIP, huésped frecuente, tarifa de agencia de viajes, tarifas corporativas, etc, etc… y estas tarifas se registraban en una hoja grande con más de cuatrocientas casillas y divididas por pisos… Era un hotel grande.

El turno transcurría y llegaba la hora feliz de la cena. Generalmente concurríamos a la misma, los auditores y el recepcionista. Quedaba encargado de la recepción (kiosko), el botones de turno, compañero que nos avisaba vía radio Motorola, si era necesario un cajero o un recepcionista en el lobby, mientras duraba la hora de comer.

Que comíamos? Es buena su inquietud… ¿Que no comíamos sería la pregunta. Ese señor cocinero de quien, por respeto no escribo su nombre, hacía milagros con la comida. Y no publico el nombre, porque no lo he visto para poder pedirle el permiso de hacerlo.

Para entonces ya había en el hotel un contrato colectivo; en este documento se señalaba que la variación de comida debía ser una regla. El hotel, cumplía con esa regla, pero debo ser muy claro en anotar que si los alimentos no están bien preparados, cualquier disposición o acuerdo no tiene sentido.

Ahí es donde entra a figurar de muy buena manera el chef de nuestro turno. Un hombre callado, trabajador, modesto y sobre todo humilde. Que virtud de ese Señor Cocinero. No sonreía fácilmente, pero cuando ya nos hicimos conocer como los fregones, chachareros, y ocurridos del hotel, pudimos conocer más directamente a ese personaje.

Ex empleado de la construcción de la torre alta. Había demostrado sus dotes de cocinero y antes de que yo entrara trabajar en el hotel, él ya era cocinero de planta. Nos mimaba a su manera y llegó a tal extremo, que la noche anterior nos preguntaba… “que quieren comer mañana los señores… tengo cordero, pollo, pescado etc…” La única queja de este compañero de trabajo, provenía del ya anteriormente citado enemigo de sí mismo, porque él comía en la cafetería y no estaba de acuerdo en que nosotros pudiéramos escoger la comida.

Una madrugada de esas tantas, aproximadamente serían las dos y media, bajamos a cenar alegremente y mientras degustábamos el plato fuerte un fogonazo iluminó la cocina; El Cheff salió corriendo y nos previno de hacer lo mismo.

…Se encendió la pared de azulejos… ¿La pared?... si señores… la pared…

No podíamos creer lo que estábamos viviendo. Un cuadro dantesco ante nuestros ojos y difícil de creer. Una pared de azulejos toda incendiada. Pasarían segundos de petrificación hasta que sin ponernos de acuerdo; instintivamente, El cheff y nosotros entramos a la cocina a tratar de apagarla… ¿con que?. Pues muy fácil; hasta que los otros comensales allí congregados llagaran con los extintores, ya estábamos haciendo frente al fuego con las chaquetas o sacos del terno de los uniformes. No nos importaba con que, solo importaba que el intrépido Cheff, salga de la cocina, porque había entrado a cerrar las válvulas del gas.

Dos extintores no funcionaron; fue necesario buscar otros, los uniformes quedaron destrozados y muy deteriorados, la cena se fue al traste, condujimos al Cheff a la enfermería porque presentaba ligeras quemaduras. Todos estábamos sucios por decir lo menos; asustados, excitados y eufóricos ante tan inesperado acontecimiento. El personal de seguridad y mantenimiento ya se hizo cargo del conato de incendio.

El jefe de turno, nos preguntó a su manera, que qué, estábamos haciendo para que se enciendan las paredes… Nosotros… silencio; un silencio que debe haberle dicho bastante…

De este acontecimiento, salieron algunas conclusiones, que a la final sirvieron de base, para poder manejarnos mejor en los turnos de trabajo. Uno de ellos fue el que se revise minuciosamente al recibir el turno, el estado de la cocina; un descuido en la limpieza de paredes, logró la acumulación de grasa y por ello el susto que vivimos. Otra gran ventaja para nosotros, fue el cambio de uniformes; uniformes que nunca fueron de nuestro agrado ya que eran de color palo de rosa y no nos cuadraba nada bien.

Quedó demostrado que el equipo que habíamos conformado, era muy unido y solidario. Quedó demostrado también que los detalles mínimos son una base digna de observar para la precaución ante los imprevistos que se presentan. Pero por sobre todo, quedó demostrado el grado de compromiso y de entrega de ese señor Cocinero, que; a cuenta de arriesgar su vida, entró a la cocina para cerrar las válvulas, dándonos ejemplo de responsabilidad.

Me despido con un hasta pronto, para poder compartir con ustedes otro tema hotelero.


 
 
 

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